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Ruy y el mar como telón de fondo

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Ruy_portadaAyer, mientras el régimen cubano convocaba con carácter obligatorio y aglutinaba a la masa sin cantera para corear consignas del socialismo del siglo XXI y otras tonterías de igual o peor índole, Enrique del Risco tuvo la delicadeza de proponer un antídoto a la estulticia revolucionaria (valga la redundancia): de tal suerte, nos reunimos en New York University para presentar a César Reynel Aguilera y, con él, a su novela Ruy, libro que ha encontrado eco y evangelista en mí, obra que recrea, con estructura y prosa inolvidables, cómo se vive y se muere en el país de las barbas en remojo. (Aquí, aquí, aquí, aquí y aquí se pueden dar banquete. Ah, no hay que leer las viñetas en ese orden).

La insoportable levedad del ser cubano pocas veces ha sido tan bien retratada. El lienzo es el último medio siglo de la isla y el meticuloso pincel de Aguilera no deja poro sin cubrir ni detalle sin descodificar. Cuando Ruy —protagonista y narrador de la novela homónima— hace la crónica de su vida y milagros, está dejando constancia también del intento, fallido, por demás, de crear el Hombre Nuevo. Aunque se me antoja esta provocación: quizá no hay tal error. Quizá el verdadero Hombre Nuevo es nada más y nada menos que quien encuentra la falla en el sistema y lo explota y le saca el jugo y no se deja engañar por los cantos de sirena del régimen al que le debe la tan cacareada educación gratis. Y a la menor oportunidad se fuga de aquel infierno. Después de todo, Ruy es un producto íntegro de esa maquinaria de crear autómatas que es aquella dictadura que los miopes insisten en llamar revolución cubana. Es significativo que el protagonista —formado en escuelas de planes especiales diseñadas para tomar por asalto el futuro luminoso— sea precisamente el experto en comprender eso de que quien hace la ley hace la trampa y que de cualquier malla sale un ratón, oye. Ruy es el pícaro reinventado, heredero a partes iguales del buscón de Quevedo y los tres tristes tigres de Cabrera Infante.

El imaginario, la riqueza narrativa, o, si prefieren, el ancho de banda de Aguilera le posibilita saltar no sólo de las bajezas de Miramar a las alturas de Buena Vista (y viceversa) —dos barrios antagónicos en cuanto a nivel socioeconómico de sus habitantes—, sino que le permite pasar de una bronca entre muchachos con el mar habanero de telón de fondo a la batalla de un emperador romano y conectar ambos enfrentamientos mediante un elemento común: el sol a las espaldas de uno de los contrincantes (quien a la larga resultaría vencedor).

Esto de resultar vencedor es clave. Si Ruy comienza el libro y su infancia siendo un niño inocente capaz de irse a los puños por unos pececitos de colores, su hábitat le enseñará a endurecerse hasta el punto en que se convierte en un ser que está siempre a la espera del golpe y preparando el contraataque. (Aquí yo podría hablar del Real Madrid, pero se impone la elegancia).

Ruy sabe que el diablo está en los detalles. Ya lo dice en alguna ocasión: “la gente salta la cuerda, los boxeadores la pasan por debajo de su salto”. Es igual, pero no es lo mismo. Personaje igualmente dotado para el bien y el mal, su carisma, su don para la amistad, su inteligencia maquiavélica, su capacidad de contar la anécdota más larga y mantener a la audiencia en vilo sin tener que recurrir a la palabra “entonces” y ese pelo rojo que dice a las claras que el tipo es la candela hacen que vaya conquistando lo mismo el mercado subterráneo de relojes Rolex que al pobre lector incauto que abra las páginas del libro. Lo de la conquista es literal y no deja margen de escape, pues entre Ruy y su autor se encargan en cada página de ir definiendo y redefiniendo esa vorágine de país, estos lodos producto de aquellas lluvias. Pero a mí no me crean. Mientras Ruy le cuenta su historia a su medio hermano, hace un paréntesis para definir a la estirpe de Dulce María Loynaz y Vilma Espín, de Pánfilo y Pérez Roque:

Una mezcla explosiva, bro, una bomba de tiempo que ha reventado en dos guerras de independencia, varias décadas de gangsterismo, tres tiranías, una amenaza nuclear, un montón de guerrillas y cinco o seis campañas militares desperdigadas por el mundo. El milagro es que todavía estén vivos. En buena lid tendrían que haberse hundido en un mar de sangre, pero de alguna forma se las arreglan para flotar, para salir victoriosos, digamos, de cuanta emboscada les ha puesto la felicidad.

Quien encuentre mejor definición de Cuba, que, por favor, la deje en los comentarios.


Archivado en: Coloquios y paneles, Cuba, Exilio, Insilio, Libros Tagged: César Reynel Aguilera, RUY

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